lunes, 9 de mayo de 2011

Se aprueba una pena y una verdadera veguenza

Se me cae el barro por los ojos, por el pelo, por la incertidumbre amargada en rabia

en no saber el cómo y el por qué se destruye, se apedrea, se aprueba el lapidario fin de lo que alguna vez amamos y protegimos.
De lo que alguna vez pintamos con crayones gastados y se los dimos a nuestros padres con sonrisas frenéticas y dulces.
¿Que estamos haciendo?
¿A quien le estamos firmando la fuga de nuestros valores, de nuestra tierra manchada en sangre y dinero enfermo?
¿A quién le estamos vendiendo el amor por lo que nos dio vida?
Hemos dejado que nos cieguen los ojos con comerciales enardecidos de domingos por la noche, que nos metan el cemento por las orejas, por el ombligo hasta en los parpados.
Confieso que no he vivido para decir que mi Chile es un pedazo de represa desechable, un cascaron que se vende al mejor postor.
Confieso que no quiero tener que hablarle a mis hijos de un Chile donde hubo un cielo azul, donde hubo arboles grandes, fragantes, silenciosos.
Donde la Patagonia tenía voto y amantes furiosos que lucharan por ella, que le dieran la oportunidad de dar voz y decir cuánto le valen 11 votos y uno en abstinencia.
Y Confieso que yo no escuché hablar a mis tierras, ni tampoco entrar por mis narices la resignación del más débil, del pobre aroma salvaje a hojas secas
Porque ahora voz sólo tiene el billete más grande.
Y se la estamos dando para que mate cada recuerdo intermitente de sueños que alguna vez contaremos… como si realmente no hubiesen existido.
Tal vez no he vivido en la ley de todos pero no me vengan a pedir que respete una institucionalidad que está matando de la forma más arcaica y poco razonable.
Y tal vez no he vivido en la buena ley, pero al ver levantarse a mil personas en contra del mounstro desdibujado se me caen setenta lágrimas de alegría y de esperanza vaga en que aún queda un poco de ese sueño que nos permite sostener los días feos, que nos permite mantener vivo lo que queremos que nuestros hijos vean y por lo que queremos que nos abracen con dulzura y nos den las gracias.
¿Acaso no queremos distinguirnos a nosotros y al regalo que dejamos en el mismo sitio sobre los días y los años de nuestra infancia?
Yo no quiero un país vendido, yo no quiero sentir vergüenza de lo que amo.
Yo solo quiero una Patagonia Chilena SIN REPRESAS







¿Acaso es mucho pedir?


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